CUIDA LO QUE PIENSES

CUIDA LO QUE PIENSES

            Sé que te ha pasado. Sé bien que lo lograste en más de una oportunidad, una suerte de deja vu, adivinaste, supiste antes de que la otra persona lo dijera y por supuesto, por terrenal que eres, por humano rastrero, superficial, elemental diría yo, nunca te enteraste que lo sabias de antemano.

            No estoy diciendo que eres sobrenatural, al contrario, lo normal es saberlo antes, ¡si prestas atención!. Te lo explicaré mejor: mi Madre, que me conoce antes de nacer como es de esperar, me preguntó recientemente: ¿hijo y tú nunca tienes problemas?

            Cuando una Madre pregunta eso es porque supone que hay muchos, esa es una conclusión, un hecho más una consecuencia diríamos en términos académicos no aplicables al sexto sentido de una mujer y al séptimo sentido de una madre.

            Lo que quiero explicar en este complicado tema es que los pensamientos te delatan, forjan tu camino, forjan también tu universo, tus hábitos, tus costumbres y al final tú destino.

            Creo que Mamá me preguntó eso porque jamás me ha escuchado quejarme, jamás le he llevado problemas, porque jamás voy a hacerlo a menos que en sus manos está la solución.

            Se los explico mejor con una anécdota que mis compañeros de promoción de la Escuela Naval podrán admitir y recordar: estábamos en aquel lejano ano de 1980, en el segundo año de la carrera y conminamos al chofer de la ambulancia para que comprara aquellos sabrosos golfeados en la guaira, cuando saliera ya tarde en la noche, pues bien lo trajo y nunca me levantaron para comerlos. Al amanecer pregunté por mi dinero y nadie sabía que había pasado hasta la hora del almuerzo que nos fueron llamando uno a uno. La inmensa falta intentar comprar golfeados sería castigada con una hora de vueltas al patio con morral por un mes y les aseguro que fue hasta divertido, ya lo hacíamos como una catarsis conversacional cuando de atletas de alto rendimiento se trata. El morral golpeaba suavemente a nivel lumbar, lo que a lo largo de un mes haría, como es de esperar, una suerte de callo morado indoloro.

            Salí franco aquel viernes por tener buenas notas, mis compinches de tropelías de golfeados saldrían el sábado y me quite la guerrera, la franelilla y me recosté boca abajo a ver la televisión en la cama de mis padres que parecía un campo de futbol por lo grande y me dormí profundamente hasta que el grito de mi Madre me despertó. Lloraba desconsolada, estaban torturando a su hijo, lo matarían y yo no sabía a qué se debía tanto histrionismo, yo no sabía lo del morado que cruzaba mi espalda.

            Yo no me quejo, no lo voy a hacer por los momentos, porque cuando piensas en negativo, tus palabras son iguales y se convertirán en tus actos y estos a la vez se convertirán en costumbre y luego en hábitos para ser indefectiblemente tu destino.

            La más recia formación de hombre alguno la obtuve en la Escuela Naval de Venezuela donde el entrenamiento fue tan fuerte, que la guerra de la vida parece un grato descanso.