EL RARO OFICIO DE ESCUCHAR
Hay
momentos en los que el mundo, con una delicadeza casi traviesa, decide invertir
los papeles. En la reciente reunión de Navidad, entre abrazos, risas y el
ritual inevitable de la entrega de regalos, me ocurrió algo tan inesperado como
profundamente conmovedor: por unos minutos dejé de ser quien escribe sobre los
demás… para convertirme en el destinatario de un poema.
La
señora Ana Rivas, esposa del doctor José Ignacio León, tomó la palabra para
entregarme mi obsequio. Yo esperaba lo habitual: una dedicatoria amable, quizá
una frase cálida, algún comentario de cortesía. Pero no. Ana decidió hacer algo
mucho más audaz y generoso: leerme un poema, uno hermoso, sensible y
cuidadosamente pensado.
Quien suele observar, describir y poner
palabras a las emociones ajenas, se encontró de pronto sin libreta, sin defensa
y sin oficio. Allí estaba yo, escuchando cómo alguien más me leía desde su
propia voz, desde su mirada, desde su sensibilidad. Fue un breve y delicioso
desorden del universo.
Más allá de la sorpresa, lo que realmente agradezco es el gesto. Escribir un poema para otro es un acto de atención profunda; es detener el tiempo para mirar al otro con cuidado. Y eso, en estos días acelerados, es un regalo mucho más raro que cualquier objeto envuelto en papel brillante.
Gracias, Ana, por ese poema y por esa valentía. Gracias también al doctor José Ignacio León, cómplice silencioso de una escena que recordaré con afecto, como lo dijera el actor norteamericano Woody Allen: ‘‘No solo de pan vive el hombre. De vez en cuando necesita un trago’’ y ahora con toda propiedad yo puedo agregar y un poema, también.
Fue una noche memorable, un momento de felicidad, un instante grabado para siempre, porque Ana y José Ignacio han aplicado a sus invitados la práctica de la Emperatriz Josefina: ‘‘Para encontrar a la gente amable, es necesario serlo uno mismo’’.
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