EL HUÉSPED DE LA 239
Nos habíamos
embarcado en un buque sueco, de New York a Göteborg, y tomado luego un tren a
Estocolmo, a fin de iniciar la investigación. Nos instalamos en unas
habitaciones maravillosas del Gran Hotel de Estocolmo, lo que estaba muy por
encima de nuestros recursos, pero valía la pena, por la vista que disfrutábamos
desde la salita, que daba al canal Strommen y al Palacio Real.
Es el
segundo párrafo de un viejo libro que comenzó a leer mi papá el 5 de octubre de
1974 y lo terminó de leer el 6 de octubre de 1974, veinticuatro horas, para luego
hacerlo yo, estimo que poco tiempo después, era un niño en esa época, pero un niño
tal vez un poco aburrido como deben ser lo niños sin mayores distracciones que
la lectura y el sueño de las aventuras. La obra es del famoso escritor
norteamericano Irwin Wallace y está escrita en español, titulada ‘’La creación de
una novela’’.
Esta
noche, un poco triste por la partida de una amiga, no sé porque lo he abierto y
manoseado. Su carátula se cae a pedazos porque esa obra la heredé con mucho
amor, pero hace una semana no recuerdo por cual vía me llegó la información que
ahora cazo con esta: la habitación que usan todos los escritores galardonados
con el Premio Nobel de Literatura, queda en el segundo piso, suite 239 y tiene
vista al Palacio Real.
En el
viaje que hizo Wallace a la bucólica ciudad, había un nombre recurrente, el Dr.
Sven Hedin, un tipo tan raro como este escrito, porque no parece mío, pero sí lo es.
El
Dr. Hedin en un país que en esos años de reciente guerra mundial no tenía lo
que pudiéramos llamar una pléyade de inteligencias susceptibles de ser famosas,
pues Hedin lo era como un orgullo científico, por cuanto sus obras sobre hidrografía
y viajes de exploraciones sobre todo al Tíbet, eran unas referencias mundiales,
como un sueco nada neutral y como una vergüenza nacional al apoyar abiertamente
a los Nazis, al proclamar a los cuatro vientos su estrecha amistad con Adolf
Hitler, Goering y Doenitz.
Wallace le
entrevistó y Hedin tenía ochenta y un años. En la conversación, que infiero fue
grata, se destapó un intelectual sin interés en la literatura y la ciencia,
pero con sumo interés en proclamar el supuesto abuso de los aliados cuando
invadieron a Alemania, ¿pueden creerlo?, pero esto no acaba aquí: Hedin, al
notar la ahora cara de asombro de Wallace, le dijo a quemarropa: -¿sabe usted señor
periodista, que yo soy uno de los jueces del Premio Nobel?
En
este escrito que no parece mío, solo pienso en ese suertudo intelectual que recibió
el espaldarazo del más grande premio de las letras y el pensamiento en su habitación
239, mientras ve el lago que le separa de Palacio, al enterarse que un pendejo
como el muy famoso Dr. Sven Hedin, nazi por convicción y desinformado por elección,
le votó.
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