UNA PENA DESNUDA
-¿Y tú
eres cubano?, me preguntó.
-No
Mamá no es de Cuba, la corrigió su hijo Alex.
Éramos
tres parejas en la mesa redonda e impecablemente vestida de manteles de lino y cubertería
fina, con copas, vasos, servilletas de tela, olorosas y dos camareros que nos atendían
de nombre Thando y Leo, ambos de modales exóticos, ambos asiáticos, pero también ambos, vestidos de smoking, fueron muy amables,
atentos, entrenados y pacientes, tendentes a ser un par de británicos, hablaban
un excelente inglés.
Al
llegar al lujoso restaurant en la cubierta número siete del también lujoso
barco y luego de haber salido de nuestro epicúreo camarote, bien trajeados, nos
llevaron a nuestra mesa reservada con anticipación antes del zarpe de Miami
hacia la isla privada donde nos esperaban.
Leo,
el camarero, nos presentó con prosopopeya a los comensales, una venezolana que
hablaba solo en inglés, rubia como la leche, madura y con ojos azules y su
hija, una caucásica, producto de la mixtura de un caballero de Michigan con la caraqueña.
Inmediatamente estaba Yolanda y su hijo Alex, quien tomaba una copa de vino
tinto, un caballero cincuentón cuya loable labor de vida es cuidar a Yolanda,
su madre simpática, de Camagüey.
Pedí una
botella de Chardonnay y mientras Thando nos traía la carta, Yolanda me volvió a
preguntar: ¿y tú eres cubano?
-No
Yolanda, no soy cubano, he nacido en Venezuela.
-Yo viví
en Venezuela, antes de venir a Miami y mi hijo, señalando a Alex, habla muy bien
el inglés y el español.
-Me
contento mucho señora Yolanda.
-Chico,
llámame Yolanda, y dime algo ¿y tú eres cubano?
Con cariño
le contestaba que no mientras veía a Alex a quien le decíamos con la mirada que
no pasa nada, que nos divertía, que entendíamos que su amada madre ya tenía
evidentes signos de demencia senil y llegó la botella de vino, el pescado, las
carnes, y contornos de presentación excepcional, junto a la conversación en
inglés que no paraba, para poder incluir a la joven, además nuestros camareros
no hablaban español.
Nos
los conseguimos en el inmenso teatro del buque donde vimos durante tres días espectáculos
parisinos, neoyorquinos y otros al mejor estilo de Las vegas y Yolanda, siempre
simpática, amable y prudente, me sonreía sibilante con sapiencia y otras con
medrosa actitud, como quien se encuentra frente a una pena desnuda.
Fue
un privilegio conocer a Yolanda quien aun no sabe si soy cubano.
juradopublishing@yahoo.com
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