PEDACITO DE CIELO
Y
como ya lo he escrito antes, vivíamos en Greenwich Inglaterra, porque Papá
estudiaba en las academias HMS Excellent y HMS Vernon, sí, estudiaba algo que
nadie estudiaba llamado: "barrido y sembrado de minas acústicas y magnéticas’’
y de pronto estábamos todos vestidos de
negro por el infame clima británico, en la graduación de mi padre y tomamos un avión
para llegar a un sitio desconocido llamado Puerto Cabello.
Mi
hermano y yo éramos unos niños confinados por el frio, pero éramos muy felices
en la inmensa casa, con mi árbol de manzanas atrás y mi motoneta Vespa, de plástico
y pedales y en aquellos años fue descubierto un muchacho, un obrero de las minas
llamado Tom Jones y mis nanas se volvían locas con el peludo ese, pero a lo que
vamos, que el pedacito de cielo no está en Europa.
Llegamos
a Rancho Grande, a un edificio hecho en tiempos de la dictadura, para los
oficiales subalternos y dejé de ser un confinado para hurgar en las aventuras más
lindas y llegaba sudado y lleno de tierra después del colegio que era una
casona que quedaba en alguna parte cerca de allí.
Un
buen día de 1979, ya viviendo en Caracas, entré a la Escuela Naval y venía en
mi modesto auto, con una talega de uniformes, mi sable y pistola a presentarme
en mi primer buque y decidí pasar por el distribuidor Cumboto que me gustaba mucho,
porque el carro de papá saltaba ante los empates y las juntas de la autopista y
adivinen, habían pasado un par de décadas y mi auto también lo hizo y me di
cuenta que en el pedacito de cielo habían cambiado pocas cosas y pasé frente al
cementerio que recordarán los lugareños que en su frontispicio reza: ‘’Pasaron
todos como sombras, como viajeros que van en posta’’.
Con
los años la historia se repitió parcialmente con mis hijos, porque vivimos en
la urbanización La Rosa, cerca de Gañango, un pueblo de una calle donde me
amaban y yo a ellos.
Yo no
sé qué tiene Puerto Cabello, pero es que es mi casa y confieso que he vivido en
muchos países y he viajado por otros más, pero no he podido cortar mi cordón
umbilical con el pedacito de cielo, donde pasé toda mi carrera con excepciones
muy puntuales.
Ya de
adulto, íbamos al sitio donde mejor se ligaba con las muchachas que era el
bowling, y en sábado todos nos conseguíamos en la playa.
Sí,
pueden criticarme, están autorizados, pero el cariño que yo siento por ese sitio,
por sus lugares, por los tambores de Borburata donde fui a bailar infinidad de
veces, el cariño que yo siento por esos amores inconclusos, a nadie puedo
explicar y me temo que nadie lo merece, porque es muy íntimo y sentido.
Sí,
el colega Pizzolanti tenía razón absoluta, Puerto Cabello es un pedacito del
cielo y la Plaza Flores fue el patio donde los domingos me llevaban a pasear en
mi infancia inolvidable.
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