LA FRESA FRANCESA
Ayer
llegué a la famosa puerta parisina situada en el 27 Rue de Fleurus y toqué tres
veces: tock, tock, tock.
Una dama madura de cabello corto, abrió
y le pregunté por Gertrude Stein, le dije que soy un escritor norteamericano, que disculpara no haber pedido cita, pero no conseguí manera alguna.
-Señor, Gertrude
está ahora mismo revisando una obra de Ernest que está por llegar y la esperan
el Señor Pablo Picasso y Henri Matisse, quieren enseñarle un cuadro de ella que
a Pablo no le gusta.
-Si me
permite señora: ¿Qué obra de Hemingway revisa Gertrude?
-Pues ¿cuál va
a ser? ‘’París era una Fiesta’’.
-¿Y realmente
Hemingway va a venir, puedo esperarlo para conocerlo? -le pedí casi rogándole.
-Hoy no creo
que sea conveniente señor, hoy será un día de trifulcas, porque ya sabe el carácter
de Ernest, la mala uva de Pablo desde que este se llevó a su novia al África y
para colmo, viene Scott Fitzgerald al que Ernest tampoco traga, por esa portada
que él considera aberrante del Gran Gatsby, esta casa es algo de locos, pero
cultos… si, unos cultos locos, egocéntricos y peleones.
Este diálogo anterior, pasó por mi
mente ayer cuando luego de una reunión de trabajo, mis amigos nos invitaron a
un restaurant en Hialeah, llamado ‘’La fresa francesa’’.
Creo que nunca se me hubiese
ocurrido ir a un restaurant con ese nombre un tanto femenino, pero al entrar,
todo fue un ‘’deja vu’’ de la película ‘’Media noche en París’’, ¿la vieron?,
pues háganlo.
Infiero que así es el salón de
Gertrude, donde la creme de la creme de las artes en el primer cuarto del siglo
XX, hacía gala de sus invenciones, eran los llamados ‘’La generación perdida’’
de la que ya he escrito.
Margarita y Ramón Páez lo volvieron
a hacer, ellos son los hijos de uno de los escritores màs longevos de la
editorial y fraternos amigos de toda la vida y entramos a la Fresa Francesa y
estaba llena de arte, de hecho, el sitio todo es un bello museo con sillas, platería,
manteles, flores y de repente explotó frente a mis ojos, un cuadro, realmente
es una litografía, en el salón verde, porque son tres los salones, pequeños y
decorados como en la época de Hemingway en el París de 1925.
Celeste, nuestra anfitriona, nos sentó
en una bella mesa que hacía frontera con una pared a mi espalda color carmesí, ¿se
la imaginan?, los techos vestidos de sedas y hasta los más finos detalles que
no me pude aguantar para preguntarle: ¿Qué tengo que hacer para que mis
escritores presenten sus obras aquí?
Ya la champaña y el vino tinto venían
en camino, mientras Celeste me contestó como si Gertrude fuera la dueña del
lugar: solo debe venir con sus escritores, esta es la Fresa Francesa, es un
pedazo de París en Miami y estaremos muy contentos de atenderles.
No me desnudaré diciéndoles cuanto
bebimos, pero siempre los vinos y la excepcional comida, hacen que la vida sea
del color de las fresas francesas.