LA FRONTERA DEL CONTRABANDO
Al
pasar la frontera con el ilegal cargamento, estamos más cerca de cobrar lo que
nos deben o al menos lo que nosotros creemos que se nos debe por los servicios,
por los riesgos y por el trabajo, con frecuencia ilegal, que hemos prestado.
Este
título lo he sacado de una célebre frase de Robert Musil, quien fue el autor de
la obra ‘’El hombre sin atributos’’, austriaco y que falleció en Suiza a los
sesenta y un años y pónganle cuidado a esto, a los sesenta y un años: ‘’Ninguna
frontera tienta más al contrabando que la de la edad.”
Yo
recuerdo claramente cuando mi abuelo cumplió los sesenta. Con evidencia, había una
distancia generacional, pero le veía mayor, elegante, pero mayor y probablemente
así me vean a mí, un poco menos elegante, me temo.
De
los grandes en edad, en estatura y en intelecto, siempre se aprende de las
experiencias, del basquetbol y de la literatura y por ello me reúno con grandes
que cuando se enteran de mi avanzada edad, ríen a mandíbula batiente para
decirme que aun soy un muchacho y la verdad es que no se si me halaga o me hace
sentir la ansiedad del poco tiempo, de la urgencia del vivir, de las tareas aun
por terminar.
De tanto
leer y beber, el entendimiento se entrena y allí les voy a los pusilánimes: “El
entusiasmo es el pan diario de la juventud. El escepticismo, el vino diario de
la vejez.”, ¿por ello me he vuelto escéptico o acaso yo era así? Y a esta hora
de la madrugada no me voy a poner a buscar quien fue el que escribió eso, que
me demande si lo desea, pero tampoco recuerdo donde lo leí, de manera que es la
memoria la culpable y por eso, Rosa Montero a la que si recuerdo les manda a
decir esto: “Quizá uno comienza a envejecer en el momento en que empieza a
dolerle la memoria.”
Un
buen día me levanté en mi camarote, navegando y tenía treinta años, la misma
que acaba de cumplir mi hijo menor, luego a mis cuarenta, también navegando,
estaba llegando con mi inmenso buque de guerra a la isla de la Orchila, en
Venezuela. A mis cincuenta salí a navegar en un catamarán a vela, mientras los borrachos
amigos míos me dejaban groserías en mi voice mail, por no poder atenderles y a
mis sesenta, que se llevarán, de acuerdo con el calendario Gregoriano que nos
domina matemáticamente, en setenta y dos horas, voy a navegar también, pero en
licor y Doris, mi esposa, se encargará de llevarme y traerme, porque para algo
debe servir la edad.
Estoy
en la mejor edad de mi vida entera, con salud, afectos, paz, letras, mar, risas,
desparpajo, porque los días me han enseñado que nada es tan importante como el
vivir y pasar como murcigleros, la ilegal frontera del contrabando contra el
tiempo, porque sólo en medio de la actividad, desearás vivir cien años.
juradopublishing@yahoo.com
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