DOS COSAS SEGURAS
Era
domingo a las once de la mañana, a bordo de la fragata García F-26 y como
siempre, tenía a todo el grupo de guardia de cubierta disponible en
entrenamiento en el CIC centro de información y combate. Al menos dos consolas
alojadas, la guerra electrónica, el IFF interrogador amigo enemigo e infiero
que algún radar, no es importante nada de eso, pero nos entrenábamos,
jurungando, estudiando la táctica y la técnica.
-Dos
cosas tendrás seguras-, me recalcaba mi padre con frecuencia: -el retiro de la
Armada y la muerte y a veces la segunda se le adelanta a la primera, con esto
quiero decirte que trates con especial deferencia a los oficiales retirados que
dejaron buena parte de su vida laboral en el oficio, para que tú disfrutes de
una Armada operativa.
Se
escuchó por el sistema de órdenes colectivas: ‘’oficial superior a bordo’’ y
fui raudo a recibirlo. Al cerrar la compuerta que me llevaba al externo, el
guardia de portalón se adelantó para informarme que era un Capitán de Navío
retirado, del que había escuchado hablar, de nombre Héctor Abdelnur Musa. Me le
presenté y me acordé del consejo de papá y algo como lo siguiente pudo ocurrir: -le informo que el cojinete número 5 del propulsor de estribor, está teniendo
irregulares temperaturas que estamos investigando. El material del eje de babor
ha sido reemplazado exitosamente y ahora mismo el UHF numero 9 posee bajo
aislamiento de nitrógeno que será resuelto el lunes… el Capitán fue
rejuveneciendo a medida que me escuchaba, su esposa y tres niños que le acompañaban
guardaban silencio, expectantes y yo seguí divirtiéndome y observando la
sapiencia del consejo de mi padre.
Héctor
Abdelnur, había sido comandante de un destructor y su fama le precede en muchos
sentidos, pero fue un hombre entre otras cosas un poco histriónico y de repente
me interrumpió para preguntarme lo siguiente: -por su apellido que veo en el porta
nombres, ¿es usted el hijo del mejor jefe de armamento que ha dado la Marina de
Guerra?
Mi
padre había servido bajo su mando y yo no pude aguantar la risa para
contestarle que sí y ambos reímos.
Le invité a
la cámara de oficiales a tomar un refresco y luego al CIC, donde dejé que los
muchachos brillaran y explicaran todo lo concerniente a sus funciones
operativas con sus equipos en funcionamiento, mientras el Capitán seguía en
terapia de rejuvenecimiento y yo, lleno de orgullo. No hablaba, solo asentía con
cierta impresión. Llegó el momento de retirarse, nos dimos un abrazo y el lunes
para mi sorpresa, llegó una carta con membrete en papel de hilo, dirigida a mi Comandante,
con copia para el Comandante General de la Armada y el Comandante de la
Escuadra, en un tono sumamente honorable y lleno del orgullo de ser de a bordo,
la columna vertebral de cualquier Armada. El orgullo de haber sido comandante
de un buque, la mayor responsabilidad y del orgullo de haber sido considerado
por la nobleza de su grado por un oficial en servicio activo, como era mi caso.
Joven
oficial naval, dos cosas tendrás seguras.
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