UN CENTAVO EN EL CEMENTO
Llegaron
desde París vía La Habana, simplemente para buscar un carro propiedad de un tío
de Pauline que los llevaría a Arkansas y ella estaba embarazada de su hijo
Patrick y eso fue en 1928, específicamente el 7 de abril, pero todos saben del invisible
y a la vez inmenso magnetismo de los cayos, ya se lo habían advertido a
Hemingway, quien no pensaba pasar más de dos días allí, pero como siempre pasa,
quedaron todos cautivados por diez años.
La casa fue construida en 1851 y
algunos aseguran que fue hecha de piedra colonial española. Tiene ventanas
francesas con persianas verdes y sus muebles son antigüedades ya para esta época,
traídas por los Hemingway desde Europa, ya que fue en París donde Ernest conoció
a Pauline Pfeiffer.
"La
vida de cada hombre, termina de la misma manera, son solo detalles de cómo vivió
y cómo murió que distinguen a un hombre de otro", escribió.
He
estado muchas veces allí y siempre aprendo o recuerdo algo. En las paredes podemos encontrar una réplica
del cuadro ‘’La granja’’ de Joan Miró y muchas fotografías de personajes como
Gertrude Stein, la más querida y siempre recordada, de su supuesto rival Scott
Fitzgerald, autor del ‘’Gran Gatsby’’ y su loca esposa Zelda y gatos por
doquier, sí, gatos de seis dedos que tienen una mutación genética llamada polidactilia
y que de acuerdo a los marineros, traen buena suerte. Ernest les llamó a todos,
sus más de cincuenta, con nombres de famosos como Truman Capote, Alphonse Capone,
Marilyn, Humphrey, pero a lo que vamos, que hay un centavo en el cemento.
En la
parte de atrás, está en un segundo piso, subiendo una escalera de hierro, su
estudio, donde llegaba diariamente a las seis de la mañana, escribía por unas
seis horas en promedio unas mil quinientas palabras de pie y luego se fugaba al
Papa Joe’s a leer la prensa. Se sentaba en la mesa entrando a la derecha y
nadie podía molestarle por instrucciones del dueño, hasta que él recortara lo
que le interesaba y luego se sentaba en la barra, donde conoció a Martha
Gellhorn.
En
esta casa de los cayos fue feliz y prolífico. Escribió ‘’Adiós a las armas’’, ‘’Por
quién doblan las campanas’’ y muchos cuentos.
Se
fue como gran excusa a hacer la cobertura de la guerra civil española junto a
Martha y tuvieron algo más que intercambios de fluidos, y cuando llegó, Pauline
le esperaba para darle de regalo, la única piscina en los cayos en aquella época
en que no habían más de dos mil habitantes.
La
piscina había costado $20,000 y la casa $8,000. El efecto fue contrario y
Hemingway, muy disgustado, sacó de su bolsillo un centavo y dándoselo a Pauline
le dijo: ‘’estás loca, te doy mi último centavo’’ y Pauline quien también tenía
sentido del histrión, lo puso en el cemento y allí se encuentra en esa bella
casa, llena de historias, llena de sentidos epistemológicos para un escritor cualquiera, llena aun de la personalidad recia del Premio Nobel por antonomasia
en América.
juradogrupoeditorial@gmail.com
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