CONSEGUÍ LA
ATLÁNTIDA
El
piso de madera en tablas como los auténticos decks en los Estados Unidos, pero
este me gustaba más, estaba gastado por la intemperie. Una terraza encantadora
y ya el sol se ponía a las espaldas. Todo parecía color dorado como son las
cosas en esta Miami de mis amores y dolores.
Los
veleros fondeados al frente, donde fondearé el mío, protegido, frente al sky
line de la ciudad y donde pude ver como cambiaban de dirección sus proas hacia
la boca de la pequeña bahía producto del cambio de las mareas.
Luces
se difuminaban en cada uno, usando tecnología LED, que consume menos amperios
de las baterías de abordo y que les permitían estar envueltos en un aura blanca
encantadora que se reflejaba en la mar que a la vez por la alta presión atmosférica
parecía un lago apacible y amable.
Al
entrar al bar, me di cuenta de la opulencia y la variedad de licores. Yo venía
sudado de correr mis religiosas tres millas diarias, lo lógico hubiese sido
pedir una cerveza, pero no, pedí un whisky con soda, porque un bar de marineros
no se consigue en esta ciudad llena de glamour y lujo.
Los
comensales parecían más bien piratas del Caribe mar. Unos peludos de mal
aspecto y cabellos amarillentos de tanto sal y sol, descalzos, que tenían poco
tiempo en tierra, pero hablaban en ingles a baja voz, ¡unos marineros decentes!
Un
trago, un segundo y llegó el carpacho de pulpo que nunca había probado en un aceite
de cilantro picantico, un tercer trago y ya el bar era mío, fish and fries y ella
calamares rebosados y la felicidad era completa.
En
la Guaira de mis años de juventud, había un bar de putas con el mismo nombre,
el bar Atlántida, de baja ralea, de poca laya, cuya honorabilidad nunca se
encontró, pero era divertido jugar a ser marineros.
La
sencillez de la vida, nos hace vivirla y estoy empeñado en ello.
Pregunté
a la camarera: ¿Ustedes tiene hielo para mi bordo? Y sin un ápice de duda me
contestó: ¡todo el que quiera Capitán!
¡Todos
se llaman Capitanes allí y eso me enamoró!
Conseguí
la Atlántida, donde el licor es barato, la gente de mar amena, la comida
excepcional y yo, este pobre mortal, descalzo como ellos, me sentí en el
ambiente correcto.
En
mí ya largo caminar entre los mejores y más lujosos restaurantes, Embajadas, recepciones glamorosas e impecables,
mi gusto actual se va por lo sencillo. Aun con la ropa de ejercicio escribo
esto que me complace, que me hace volver a las raíces, a la madre mar, a la
chusma insurrecta del marinero que baja a tierra como el toro sale del ruedo,
mientras pienso en todo un país preso por los pendejos que fueron escogidos por
otros pendejos y tienen tras las rejas, sin la libertad de la mar, a la mayoría
decente de un país dividido por el odio y la insidia.
Conocí
esta tarde el bar Atlántida en Key Biscaine y respiré, frente a la mar, el aire
de la libertad plena.
Recuerdo mis años en Inglaterra y mi visita al restaurante The Rusty Pelican, de Key Byscaine, con nuestro colega , mi amigo Alonso Sader mi anfitrion de Key Colony, donde comimos unas Ostras a la Rockefeller (con espinacas y gratinadas) y , por supuesto, la Atlántida (soy guaireño viví en Catia la Mar y mi padre fue regente de la Arepera, Bar y Restaurant LA LINEA, ubicado en la entrada de la carretera al célebre El Campito).
ReplyDeleteComo ves, podríamos disfrutar de unos copetetines y unos canapés trasegando vivencias marineras (sanctas y no tanto) de bordo a bordo. Nos debemos ese rendezvouz.
Saludos y gratos recuerdos muy bien narrados invaden mi mente en este sabado incierto en esta ciudad, capital del pais mas incierto e inseguro de este planeta
ReplyDeleteEntré a ese bar de la mano de tu prosa!! Gracias, compadre.
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