LA ESTELA DE AFECTOS

LA ESTELA DE AFECTOS

            Cosas muy gratas el recibir en la misma semana cuatro diferentes llamadas de colegas de la Armada de Venezuela, que por años fueron mis amigos o al menos eso quisiera pensar hasta que me estrello contra la pared que yo mismo he construido y a la que con frecuencia acudo como quien va al muro de los lamentos, pero no, no es así, es una gran pared, una querida pared, una muy interesante frontera que me he prometido no pasar y ¿saben porque? Porque esa bendita pared es la realidad.

            La realidad de que Hugo Chávez ya falleció, la realidad de cuando el mismo Chávez me acusó de traidor a la Patria, hizo que esos entrañables amigos desaparecieran como por arte magia. ¡Oh! Recuerdo mi día de cumpleaños del 16 de Enero de ese año, donde estaban al menos 28 de ellos (que yo recuerde, ¡probablemente fueron más!). Celebramos, cantamos, llegó aquel trio de guitarristas, fuimos los de siempre, pero no, eso no es cierto, nunca lo fue, porque apenas diez cortos días después el 26 de Enero de ese mismo año, fui acusado en cadena nacional con ese improbable y dañino cargo de traición y la gran mayoría negaba ante los instrumentos de inteligencia militar, haber participado en aquella benigna y tradicional fiesta que realmente me enseno mucho sobre la naturaleza humana.

            Uno en particular, que vivía al oriente de nuestro país cuando éramos cadetes y a quien todavía ¿Por qué no?, tengo en mis afectos y recuerdos de farras de soltería, a quien mi Madre en numerosas oportunidades lavó su ropa interior como si fuera su propio hijo, quien se emborrachó con el licor del bar de mi Padre, me llamó, después de diez largos años de ausencia y negación y yo los comprendo, los acepto, los perdono, no por ellos, sino por mí y no puedo menos que recordar las letras de la escritora Elizabeth Kubler Ross en su magnífica obra, “La rueda de la vida”

            ¡Qué bueno que me han llamado, que bueno que ya no me consideran un leproso bíblico que podría contagiarle el peligroso síndrome de la libertad y la conciencia que no les haría llegar al Almirantazgo!

            Como ya lo hemos escrito, disfrutaron de sus cinco minutos de fama y ahora todos retirados de la más bella carrera que hombre alguno pueda abordar, se acercan evitando el reclamo y arguyendo amistad.  ¡Pues bienvenidos! Si, bienvenidos a la estela de mis afectos, porque esos huecos ya han sido llenados con otros.

            No puedo ser tan injusto, porque sigo teniendo muchos amigos de aquella época telúrica que siempre me han sido fieles y a los que frecuento desde hace muchas décadas, probados en el combate de la lealtad y con cercanías inconmensurables en mis afectos de siempre. Aceptados todos si nos remitimos al escritor latino Catón: “Desata, pero no rompas, los lazos de la amistad sospechosa”