Tuesday, August 18, 2015

LOS SILENCIOS QUE HABLAN


LOS SILENCIOS QUE HABLAN

            Como si me persiguieran, como si de un terrible monstruo se tratara, salí a correr con cien grados Fahrenheit de sensación térmica.

            La pleamar era evidente en el área cercana al borde, donde las piedras se tapaban bajo el rompiente y el sudor copioso. Tan solo podía escuchar la muy tenue brisa, las palmeras reales que se han constituido en un símbolo importado de esta Miami holística y encantadora, amable y sonriente, soleada y con olor a tabaco cubano y café, de lino y sombrero de panamá… ¡así es Miami! Se parece a la música de Albita Rodríguez, con acordes de Willy Chirinos, mientras Celia Cruz descansa muy cerca en Coral Gables y a diario la recuerdo al pasar frente al campo santo donde quiero que me sepulten.

            El sol quemaba las pupilas, la luz atravesaba ligera los lentes de sol con 400 UV de protección, pero es que no hay protección para tanto trópico en este verano de hornos, que seguramente nos traerá huracanes para Septiembre.

            Nada escuchaba excepto mi respiración cortada y el corazón con ganas de salir del pecho. No entiendo porque entreno tanto si la única guerra que espero librar es con los libros y el pensamiento y de repente, frente al horizonte visual apareció imponente y me detuve y pensé que ya tendré tiempo para más sudor, pero este espectáculo silente, esta obra de teatro no puedo perderla ni por un minuto.
 

            Apareció con su vela henchida la “Gitana del viento” con su casco rojo, advirtiéndome que estaba vestida para mí y al verla semidesnuda no se me ocurrió otra cosa que tomarle fotos con mi teléfono celular, porque a esa hembra debía verla con calma y tendría que recordar su garbo al trasladarse majestuosa. Ella me miró y con su silencio acepto que la fotografiara, ella sabía que me enamoró y que en esa suerte de penumbra del silencio no tenía nada que decir, solo mirarla, admirarla, poseerla con mi pensamiento y al final, disfrutarla.
 

            Se fue acercando a mí y fotografié cada ángulo que pude de ella. Seguro con su picardía también me sonrió o al menos eso quiero pensar, porque creo que tenía cara de tonto de la impresión.

            A esta altura de la vida, siempre hago votos por no perder la capacidad de impresionarme con las cosas más sencillas y más silenciosas, más sabrosas y vistosas y en casi todos los casos son gratis estas inmensas diversiones.

            Pasó frente a mí en silencio, pero hablándome y su único tripulante levantó la mano amiga de los marineros, mientras ondeaba en la popa la bandera Canadiense.

            ¡Hay silencios que hablan!

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