Wednesday, May 20, 2015

UN MUERTO EN MI JARDÍN


UN MUERTO EN MI JARDÍN

                La actriz se paró al borde la piscina envuelta en la bata de flores. El escritor ya estaba dentro completamente desnudo como acostumbraba, debajo solo la ropa interior negra, donde luego envolvió el revolver que le quitaría la vida al Agente Especial del FBI John Kirk.

                En esa casa pasó de todo.

                El vendaval había arrancado algunas tejas, se había caído la cerca que dividía la propiedad y también aquella suerte de reja usada para separar lo gallos, pero lo que más dolió al regente de lo que ahora es un museo, fue la caída del inmenso y tal vez centenario árbol de mangos que dejó mirando hacia el cielo las raíces y también la osamenta de alguien.


                En la finca “El vigía” pasó casi cualquier cosa. Todos le llamaban Papá al escritor excepto Ruperto el patrón y Capitán del “Pilar”, su barco de pesca, en el que llevaron hasta Méjico al verdadero ejecutor del Agente Kirk y donde botaron a la mar aquella bella ametralladora Thompson y el revólver calibre 22.

                Si se investigara correctamente y con la tecnología actual, podríamos decir que fue bien muerto y en defensa propia, dentro de la propiedad de Ernest Hemingway y todo ocurrió el 2 de Octubre de 1958. El escritor salió hacia los Estados Unidos el 4 de Octubre del mismo año, supuestamente a reunirse con su esposa y a comprar unos terrenos, pero le quemaron el cerebro, lo único que realmente tiene un escritor. Veinticinco electro shocks son demasiados, luego la ingesta grosera de medicamentos, la soledad, el reposo para un hombre que tenía más cicatrices que cabellos, la prohibición de libar, la absurda dieta que más bien parecía una huelga de hambre.

                En una parte noble y blanda como lo es el paladar, se dio el tiro y dejo a todos sus amigos acomodados y cuando digo amigos me refiero a los rufianes pescadores, borrachos parranderos, jardineros y entrenadores de gallos, apostadores y a la vez todos poseían una característica común, admiraban al escritor que les enseno a ser gente.

                Leonardo Padura a quien leo por primera vez en “Adiós, Hemingway”, ha tocado algunas sensibles fibras con esta excepcional obra. Hay cosas que se nos parecen con los personajes que cita e inventa Padura y que les da una vida, enmarañada en la pasión e intensidad con la que vivió Hemingway.
 

                Hay cosas que se nos parecen y otras que quisiéramos en los personajes de esas novelas que como esta me han narcotizado y que he leído en pocas horas entre la media noche y el amanecer, me encuentro, también encuentro a Ava Gardner y tal vez era yo quien estaba desnudo dentro de la piscina esperándola. La navegación en el Pilar y las quince paginas extraviadas de su expediente en el FBI, por la inmensa rabia o tal vez envidia del director Hoover.

                ¡Que bella historia!, que capacidad para inventar y hacernos entrar en el desconocido mundo de poner el código de 28 letras en la posición correcta, para explicar magistralmente que ¡hay un muerto en mi jardín!

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