Sunday, December 21, 2025

EL RARO OFICIO DE ESCUCHAR

 

EL RARO OFICIO DE ESCUCHAR 

Hay momentos en los que el mundo, con una delicadeza casi traviesa, decide invertir los papeles. En la reciente reunión de Navidad, entre abrazos, risas y el ritual inevitable de la entrega de regalos, me ocurrió algo tan inesperado como profundamente conmovedor: por unos minutos dejé de ser quien escribe sobre los demás… para convertirme en el destinatario de un poema.

La señora Ana Rivas, esposa del doctor José Ignacio León, tomó la palabra para entregarme mi obsequio. Yo esperaba lo habitual: una dedicatoria amable, quizá una frase cálida, algún comentario de cortesía. Pero no. Ana decidió hacer algo mucho más audaz y generoso: leerme un poema, uno hermoso, sensible y cuidadosamente pensado.

 Quien suele observar, describir y poner palabras a las emociones ajenas, se encontró de pronto sin libreta, sin defensa y sin oficio. Allí estaba yo, escuchando cómo alguien más me leía desde su propia voz, desde su mirada, desde su sensibilidad. Fue un breve y delicioso desorden del universo.

Más allá de la sorpresa, lo que realmente agradezco es el gesto. Escribir un poema para otro es un acto de atención profunda; es detener el tiempo para mirar al otro con cuidado. Y eso, en estos días acelerados, es un regalo mucho más raro que cualquier objeto envuelto en papel brillante.

Gracias, Ana, por ese poema y por esa valentía. Gracias también al doctor José Ignacio León, cómplice silencioso de una escena que recordaré con afecto, como lo dijera el actor norteamericano Woody Allen: No solo de pan vive el hombre. De vez en cuando necesita un trago’’ y ahora con toda propiedad yo puedo agregar y un poema, también.

Fue una noche memorable, un momento de felicidad, un instante grabado para siempre, porque Ana y José Ignacio han aplicado a sus invitados la práctica de la Emperatriz Josefina: ‘Para encontrar a la gente amable, es necesario serlo uno mismo’’.




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Tuesday, December 16, 2025

LAS MENINAS Y LA ESTATURA DEL PODER

 

Las Meninas y la estatura del poder

Diego Velázquez la pintó con una dignidad que no le correspondía según los códigos de su tiempo. La colocó a la misma altura visual de la realeza, no por error ni descuido, sino por una osadía consciente. Aquella mujer formaba parte del séquito de la infanta y era enana. Nunca se veía completa en un espejo; su cuerpo no alcanzaba la imagen entera. Y, sin embargo, allí estaba: erguida, frontal, con un gesto que oscila entre la valentía, la melancolía y una nobleza inesperada.



Se llamaba María Bárbara Asquín, aunque en la corte todos la conocían como Maribarbola. Nacida en 1651 y fallecida antes de cruzar los cincuenta años, fue una figura respetada dentro del palacio. La infanta la apreciaba; era su compañía constante. Velázquez no la caricaturiza ni la reduce: la dignifica. Ese gesto convierte a Las Meninas en algo más que un retrato cortesano; es una reflexión sobre la estatura real del poder.

En una novela de Arturo Pérez-Reverte —el título es irrelevante cuando se habla de arquetipos— aparece un personaje pendenciero, burlón, violento solo cuando tiene ventaja. De daga escondida y valentía prestada, se engrandece en la taberna cuando se siente respaldado. Lo llaman Deodato: “Diosdado”. El nombre, como el comportamiento, no es casual. Hay figuras que, aun rodeadas de poder, jamás alcanzan dignidad. No por su origen ni por su estatura física, sino por su incapacidad de comprender la forma, el ritual y el silencio que exige lo verdaderamente grande.





Por eso los actos solemnes les resultan insoportables. Confunden la risa grosera con autoridad y la burla con carácter. Cuando un evento de alcance universal —una ceremonia, un acto que pertenece a la memoria del mundo— se convierte en objeto de mofa, no es el evento el que se empequeñece, sino quien no logra entenderlo.

Las sociedades también tienen estatura. Se reconoce en su humor, en sus referentes y en la manera como hablan quienes mandan y cómo imitan quienes siguen. No es un líder aislado quien eleva a un país, sino el entorno completo: el lenguaje, los gestos, las formas. El poder educa o deforma.

Hoy millones de venezolanos viven fuera de su país. Aprenden otros idiomas, otras normas, otras maneras de estar en el mundo. Esa experiencia no puede ser estéril. Debe servir para entender que la modernidad no se improvisa y que el progreso no se declama. Las naciones se levantan imitando lo que funciona, no aferrándose a fórmulas fracasadas ni a nostalgias improductivas.

Un país serio se construye con economía fuerte, competencia, meritocracia e igualdad de oportunidades, no con igualaciones forzadas ni dependencias perpetuas. Mirar al norte no es sumisión; es pragmatismo. Persistir en el atraso sí es una elección.

Velázquez lo entendió hace siglos: no es la estatura lo que define la grandeza, sino la forma en que se ocupa el espacio. Las Meninas no retrata solo un instante cortesano; revela una verdad vigente: hay quienes, aun siendo pequeños, pueden ser elevados por la dignidad, y quienes, aun rodeados de poder, jamás dejan de ser enanos.




 

 

Friday, December 5, 2025

EL SUICIDIO NO ES SU CULPA

 

EL SUICIDIO NO ES SU CULPA

La noticia de que oficiales navales retirados de la Armada Venezolana, hombres cabales, formados y grandes líderes en su época de servicio, han decidido terminar con su vida es un golpe devastador que trasciende lo personal y resuena en toda la sociedad. Estas muertes no son meras estadísticas; son la evidencia de un fenómeno profundo y trágico que atraviesa a la nación: el suicidio en medio de la crisis, la desesperanza y la invisibilidad institucional.



Estos oficiales no eran recién llegados ni personas sin preparación. Cada uno había dedicado décadas a la formación de nuevos oficiales, al cumplimiento del deber y a consolidar la disciplina y el honor en la Armada. Sus trayectorias eran intachables, su liderazgo respetado por colegas y subordinados, y su compromiso con la institución ejemplar. Sin embargo, la presión económica, la frustración frente a un país que no ofrece garantías básicas y la constante incertidumbre en la vida civil los llevó a tomar la decisión irreversible de quitarse la vida. Sus historias reflejan la angustia de una generación de profesionales formados que se vieron desbordados por un entorno de desesperanza.

La crisis económica y social venezolana ha sido un factor determinante. La caída o tal vez la desaparicion de los ingresos, la imposibilidad de sostener una vida digna después de décadas de servicio, la pérdida de servicios sociales y la migración de familiares y amigos crean un ambiente de estrés constante. Para estos hombres, que alguna vez lideraron con autoridad y ejemplo, la sensación de no tener salida se volvió insoportable. La fortaleza externa que demostraron durante su carrera no los protegió de la desesperanza interna.



A esta tragedia se suma la absoluta ausencia de estadísticas oficiales confiables. Desde 2016, el gobierno venezolano no publica cifras actualizadas sobre suicidios ni sobre la salud mental de quienes han servido en las fuerzas armadas. Organizaciones independientes como el Observatorio Venezolano de Violencia (OVV) estiman tasas nacionales de suicidio que han crecido a 6,9 por cada 100.000 habitantes, con picos mayores en ciertos estados. Sin embargo, los casos de estos oficiales retirados permanecen invisibles para la estadística formal, perpetuando el silencio institucional y social que rodea a esta tragedia.

Más allá de los números, cada suicidio es un recordatorio de la fragilidad humana incluso en quienes fueron líderes admirables. Su decisión nos interpela a todos: instituciones, familias y sociedad civil.



Esta situación exige acción: programas de apoyo psicológico efectivos, redes de contención y un reconocimiento público de la gravedad del problema. Cada vida perdida merece memoria, respeto y reflexión. Hombres de honor, de liderazgo probado y de carrera intachable, como estos cinco oficiales retirados, no deberían haberse sentido obligados a abandonar la vida. El suicidio en Venezuela es una tragedia colectiva que nos recuerda que incluso los más fuertes necesitan apoyo y que cada vida cuenta y debe ser acompañada y valorada.

El suicidio no es su culpa.

Paz a sus almas buenas y consuelo a las heridas familias.





 

 

SOCIEDAD MUTILADA

 

SOCIEDAD MUTILADA

Una sociedad mutilada no es únicamente aquella a la que le faltan recursos, libertades o instituciones; es, sobre todo, aquella a la que se le ha amputado la esperanza. Esta idea tomó forma durante una conversación telefónica que sostuve con el escritor cubano Elmis Wong, ideógrafo del título que inspira este artículo. Con la serenidad de quien ha vivido bajo un sistema que sofoca la expresión humana, Wong describió cómo opera la mutilación social en las dictaduras socialistas: “Cuando una sociedad está mutilada, no sabe que le falta algo, porque se acostumbró al dolor”.



Este fenómeno es visible en todas las naciones sometidas a regímenes totalitarios como Venezuela y Cuba. Sistemas que, en nombre de la justicia social, terminan destruyendo lo que dicen defender: dignidad, libertad, bienestar y futuro. A lo largo de décadas, estas sociedades han visto cómo se erosiona no solo su calidad de vida, sino también su estructura emocional y moral. Las personas aprenden a vivir con lo mínimo, a desconfiar de la abundancia, a temer la ambición y, finalmente, a resignarse.

Un humorista cubano lo expresó con una ironía devastadora: “El capitalismo avanza derrotado mientras el socialismo retrocede victorioso”. La frase, aparentemente absurda, revela la lógica torcida que termina dominando a las sociedades asfixiadas por estos regímenes. En ellas, el fracaso se presenta como logro, el atraso como sacrificio heroico y la miseria como consecuencia de enemigos externos. La narrativa oficial convence al ciudadano de que el deterioro es una forma de resistencia y que cualquier intento de mejorar es sospechoso o egoísta.



El resultado es una sociedad que, golpeada una y otra vez, pierde interés por vivir bien. Las aspiraciones se reducen al día a día. Quien antes soñaba con crear, ahora se conforma con sobrevivir. Los jóvenes, que deberían imaginar el mañana, solo imaginan emigrar. El horizonte se acorta hasta convertirse en un espacio minúsculo donde lo único valioso es escapar.

 


Lo mutilado no es solo lo material. Lo emocional se marchita cuando se vive rodeado de miedo; lo moral se distorsiona cuando la mentira se convierte en mecanismo de defensa; lo intelectual se empobrece cuando el conocimiento se vigila; lo espiritual se apaga cuando el futuro deja de existir como idea.

Como comentó Wong durante aquella llamada, la mutilación social no ocurre de golpe. Es un proceso gradual y meticuloso: primero se amputa la libre empresa, luego la libre expresión, después la memoria histórica, y finalmente, la voluntad colectiva. Una sociedad mutilada no es solo víctima: es prisionera dentro de sí misma.

Y, sin embargo, incluso dentro de estas realidades, persiste una verdad luminosa: ningún régimen, por fuerte que sea, ha logrado extinguir por completo la chispa de la dignidad humana. Mientras existan voces que nombren la verdad y ciudadanos que recuerden lo que es vivir en libertad, la mutilación será profunda, pero jamás definitiva. Porque lo mutilado puede doler, puede marcar, puede retrasar… pero siempre puede reconstruirse.


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